LA PUERTA

La primera cita iba bien, hablábamos de todo, incluso se veía que teníamos
varias cosas en común, entre ellas la música y las aficiones, ese tema tan
complicado en el que hay que decidir qué es lo que más te gusta hacer en tu
tiempo libre.
Parecía un tipo tranquilo, sin sobresaltos, pausado, con paciencia, todo lo
contrario a mí, pero que, aun así, me llamaba la atención y me hizo pensar, el
algún momento fugaz, si sería igual de tranquilo en la cama, en el tema del
sexo.
Después de 3 cañas, alguna confidencia, risas, charla amena y bastante
complicidad, llegó la hora de despedirse hasta la próxima. Reconozco que yo
no me quería ir y, en algún atisbo suyo, percibí que él tampoco. Nos dirigimos
al parking donde los dos habíamos estacionado nuestros coches y ahí, en su
coche, me decidí. Yo no quería irme, eso significaba algo, asiqué me lancé y
le di un tímido beso en la comisura de los labios, mientras le agarraba con
fuerza de su cuello. Me separé para ver su reacción y lo que vi fue una
mirada mezcla de sorpresa y de deseo, sus ojos miraban mi boca, bajaban a
mis pechos y subían de nuevo a mi boca, con esa expresión en la cara de…
“quiero besarte”. Creo que fue sin querer, pero lo hice, me mordí el labio
inferior mientras le miraba fijamente a sus ojos, mi mirada se desvió
momentáneamente a su entrepierna, que mostraba una enorme erección. No
me dio tiempo de volver a subir mi mirada, él me había agarrado de la
cintura, llevándome hacia él. Me besó con una pasión indescriptible, sentía
sus acelerados latidos en mi pecho, me agarró del cuello y me apretó más
contra él y pude sentir perfectamente su maravillosa erección rozándose
contra mí. Nos besamos, tocamos, probamos, acariciamos, … pocos minutos
más.
Sin mediar palabra, me invitó a subirme a su coche, a lo que accedí sin
tampoco emitir sonido alguno. Durante el camino seguimos en silencio, sólo
miradas de esas que te penetran y te hacen humedecer enseguida. Quiso
descubrir esa humedad mientras conducía, desabrochó mi vaquero e
introdujo su mano lentamente por dentro de mis braguitas. Ahí sí que tuve
que emitir un suave sonido, un gemido que me arrancó al sentir su mano en
mi empapado co*o. Fueron tan sólo 10 segundos, pero supo perfectamente
dónde y cómo tocar. Yo estaba realmente excitada y mojada, hecho que le
encantó, pues se chupó 1 a 1 todos sus dedos cuando salió de mis bragas. Le
hice saber que yo también quería sentir y tocar su pene, miraba su erección
y me moría de ganas de tenerla entre mis manos y dentro de mi boca,
acerqué mi mano y él mismo desabrochó su pantalón, yo sólo tuve que

agarrar su precioso miembro y liberarlo de su ropa interior, realmente era
perfecto, estaba totalmente duro y dispuesto.
Pronto llegamos a una calle, yo ya no sabía ni dónde estaba, me estaba
deleitando, masturbándole y acariciándole, aparcó el coche, nos arreglamos
un poco las ropas y bajamos. Salieron entonces unas suaves palabras de su
boca: “te deseo desde que te vi llegar a lo lejos”, me las susurró al oído de
tal forma que un escalofrío recorrió mi estómago, mi espalda y, por
supuesto, mi vagina.
Abrió el portal y entramos en el ascensor, no se había cerrado la puerta y ya
nos estábamos devorando, frotando un cuerpo contra el otro, jadeando,
sudando, mezclando lenguas y manos, ambos queríamos tocar todo el cuerpo
del otro y saborearlo. Se volvieron a abrir las puertas y allí seguíamos,
ambos con nuestros respectivos pantalones bajados hasta la rodilla, las
camisetas subidas hasta el cuello y con nuestras manos en el sexo del otro.
La puerta de su casa estaba justo al lado de la del ascensor, asique ni
siquiera nos colocamos la ropa, abrió y entramos. Lo mejor vino cuando cerró
esa puerta.
Me empujó contra ella, me sujetó los brazos y las manos, pegadas en forma
de cruz, a la puerta, esa maravillosa puerta… Me dejó completamente a su
merced, no podía hacer nada más que dejarme llevar.
Seguía besándome con absoluta pasión, su lengua era inquieta, juguetona y
muy ávida. En un momento, bajó sus brazos para terminar de quitarme mis
pantalones, instante que aproveché para bajar los míos, anhelaba tocarle
igual que él a mí, sentir su pene en mi mano, humedecerlo en mi boca, jugar
con él, pero no me dejó, me los volvió a subir y, con un gesto con su cabeza,
me dio a entender que no me iba a dejar. Sucumbí a sus deseos, me quedé
con mis brazos abiertos y pegados a la puerta, me quitó los pantalones y las
bragas con una asombrosa habilidad, separó mis piernas con las suyas,
mientras jugaba con mis crecidos pechos, los besaba, los apretaba, los lamía,
los poseía, … Nos frotábamos enérgicamente uno contra otro, yo quería
sentir su imponente dureza y él mi humedad. Gemíamos mientras nos
besábamos y nos apretábamos más uno contra el otro.
Se separó, me miró y se arrodilló ante mí, acercó sus manos a mi empapado
sexo, jugó con los labios, la recorrió entera con sus manos, hasta que separó
los labios encontrando a la primera mi hinchado clítoris. Con movimientos
suaves, pero repetitivos y concisos lo acarició un buen rato, mientras mi
cuerpo se arqueaba hacia él por el inmenso placer que me estaba
proporcionando. Me volvió a mirar y acercó su boca a ese punto mágico, sólo
pude que lanzar un fuerte gemido, que salió desde lo más profundo de mi

vagina. Sus dedos decidieron introducirse en mí, mientras con su boca y su
lengua jugaba magistralmente con mi clítoris, ofrecía la presión justa,
coordinando perfectamente con sus dedos entrando y saliendo de mí,
mientras yo seguía chorreando flujo. Mis piernas comenzaron a flaquear, se
acercaba un intenso orgasmo, podía sentir las pequeñas contracciones en mi
interior. Él también lo sintió porque subió su mirada, yo la bajé y estallé en
un perfecto orgasmo, que me recorrió todo el cuerpo, y que culminé en su
boca.
Su polla estaba aún más dura, se la acarició mientras me miraba picarón,
seguía sin dejarme tocar, y mientras se subía de su posición. Rápidamente
me dio la vuelta, poniéndome de espaldas a él, me separó un poco de la
puerta y me hizo arquear mi espalda hacia delante. Me agarró de la cadera y
con una exquisita suavidad introdujo su perfecto pene en mí. Se detuvo unos
segundos, apretando mi cadera contra él. Él sintió todo mi calor y yo sentí
toda su erección dentro de mí, estimulando zonas internas que apenas sabía
que existían. Empezó a entrar y salir de mí, literalmente me estaba
empotrando contra la puerta y, a la vez, me acariciaba la espalda, jugaba con
mis pechos, me agarraba del pelo y acariciaba, de nuevo, mi clítoris. En este
momento su ritmo aumentó, sentí que le llagaba su orgasmo, se afanó bien en
mi clítoris otra vez, entonces, me agarró del pelo, se acercó a mi oído y me
dijo: “me vas a hacer correr”, seguido de un gemido de auténtico placer. Me
arrancó mi segundo orgasmo mientras seguía gimiéndome al oído, en mi nuca
y en mi espalda, sentía su respiración y mi orgasmo se hacía más intenso.
Salió de mí, me besó, me abrazó y me susurró: “quiero que me hagas correr
muchas más veces, aquí, en la puerta”.

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